30 de marzo de 2010

Verde, que te quiero verde.

Muchas veces he entrado en esta conversación en la que posiblemente no haya una respuesta contundente y aclaratoria.

Para comenzar, me limitaré a definir la palabra “color”, algo tan rutinario y “fácil” para cualquier ser humano pero, y muy segura estoy de ello, muy pocos podrían hacer sin tener a mano un diccionario. Por tanto, como no me considero más que nadie, haré lo propio ayudándome de la Real Academia Española:


Color:


1.Sensación producida por los rayos luminosos que impresionan los órganos visuales y que depende de la longitud de onda.

Seguramente no era ésta la definición que tenías en mente si te preguntan, ¿verdad? Pues bien, ahora al grano. El color, al tratarse de una sensación producida en nuestro organismo y por tanto, ser externa al objeto o sujeto que lo porta y no tratarse de una cualidad intrínseca sino que varía según la fuente de luz (una pelota de golf siempre tendrá el mismo tamaño esté donde esté, pero su color será diferente según se encuentre en un día soleado o en una habitación cerrada con luces infrarrojas), es cuando me planteo la siguiente pregunta:

¿Todos vemos los mismo colores?

Y con esto, me refiero: cuando eres un niño y te dicen que el cielo es “azul”, lo que realmente están haciendo es vincular la palabra “azul” a la sensación producida por los rayos luminosos que afectan a tus órganos visuales, sin saber cuál es la verdadera apariencia de éste.

Bien, es un poco lioso, intentaré explicarme mejor.


El aprendizaje de los colores se efectúa en nuestra infancia, con esos jueguecitos de las figuras de diferentes colores y nuestras abuelitas preguntándonos por absolutamente todo los les rodea aunque ni siquiera ellas sepan qué color están visualizando. Al decirnos que ese cubo que está ahí es “rojo” y el que está al lado es “amarillo”, realmente estamos creando un vínculo entre palabra y sensación visual, pero quizás, al establecer a dos niños al mismo juego, éstos perciban diferentes colores en cada uno de los dos cubos, a pesar de que les vinculen la misma palabra. Así, aunque vean diferentes colores, ambos los llaman por igual. Al hacerlo, se crea una similitud en la que siempre ambos estarán de acuerdo cuando vean algo a lo que le han vinculado la palabra “rojo”. Vamos a poner un ejemplo (y ahora es cuando necesito que desvinculéis palabra-sensación visual y únicamente os centréis en las sensaciones visuales de color):

Estos dos niños, en el mismo juego de los cubos. Hay un único cubo, del que diremos que porta el color “rojo”. Uno de ellos, visualiza un verde y el otro un azul. Pero a ambos les han dicho que ese color que están observando es el color llamado “rojo” ya que el adulto que les está instruyendo ve ese color. Pasan unos años, los niños están en clase. La profesora les dice a todos que cojan su bolígrafo “rojo”. Ambos, cogen el mismo bolígrafo y ninguno de ellos se ha equivocado. Ahí es donde entra en juego la vinculación entre palabra y sensación visual, de tal forma que, aunque vean diferentes colores, le han establecido la misma palabra para denominarlo, sin dar lugar a desacuerdos.

Y es que nadie me dice a mí que el color que tú percibas al ver el cielo sea otro del que yo observo con mis ojos. La vinculación entre palabra y sensación es como el nexo que se establece al nombrar a una persona u objeto, con la inevitable diferencia de que esa sensación depende de nuestros sentidos, que probablemente varíen en gran cantidad de un ser humano a otro.

Espero no provocar muchos quebraderos de cabeza.

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